Voy a comenzar éste escrito recordando una anécdota vertida por la bibliotecaria norteamericana Virginia Haviland, en el XV Congreso Internacional del IBBY, celebrado en Atenas en 1976: Un día, una madre angustiada se dirige al padre de la Teoría de la Relatividad para pedirle un consejo: ¿Qué debo de leerle a mi hijo para que mejore sus facultades matemáticas y sea un hombre de ciencia? Cuentos, contestó Einstein. Muy bien, dijo la madre. Pero, ¿Qué más? Más cuentos, replicó Einstein. ¿Y después de eso?, insistió la madre. Aún más cuentos, acotó Einstein.

Mem Fox en su libro “Leer como por arte de magia: cómo enseñar a tu hijo a leer en edad preescolar y otros milagros de la lectura en voz alta” cuenta que le sucedió la siguiente anécdota: Le preguntó a Einstein que hacer para que sus hijos fueran más inteligentes y este le respondió: “léales cuentos de hadas”. La Sra. Fox le respondió: “Ya, ¿y qué debo hacer después de haberles leído cuentos de hadas?” Y Einstein le contestó: “Pues léales más cuento de hadas”. Fox salió de estar conversación creyendo que Einstein pensaba que “los cuentos de hadas requieren de una mente atenta a los detalles, muy activa en la resolución de problemas, capaz de viajar por los corredores de la predicción y la búsqueda de los significados”.

Luego de revisar esas dos versiones de la anécdota me doy cuenta de un detalle. No es el qué, sino el cómo lo que afecta esa enorme ventaja de leer con los niños los cuentos de hadas. 

¿Jugamos con ellos y los personajes? ¿Retamos la manera en que los vemos? ¿Queremos darles un ejemplo de alguna conducta tal como se dice que fueron creados? 

¿O simplemente estamos cumpliendo con la obligación de los 20 minutos que tanto dicen los expertos que deben dedicarse a leer? 

El otro día fui al cine con mis sobrinas y me encontré con una versión muy diferente de la historia del capitán Garfio. El cine es ahora lo que los cuentacuentos somos, fuimos y deberíamos ser. Pero las niñas no pueden discutir con la pantalla, no pueden cambiar la escena con un comentario, no pueden decirle ¡Así no era! o comenzar ellas su propia versión antes de terminar esas dos horas de encierro. 

Mientras que al leer con ellas, o narrarles personalmente si pueden hacerlo. 

Me niego a dejar los cuentos de hadas. Me niego a detener mi juego por temor al ridículo. 

La gente se pregunta de dónde pueden inspirarse, hacer que la vida sea más completa y feliz. Ser creativos y encontrar el tiempo para soñar. Tenemos libros para niños en cada escuela, en tiendas, en un cuaderno, en nuestros recuerdos. Basta con hacerles caso. 

Por eso mi libro favorito de hadas para adultos es "El Prinicipito" que dice desde el inicio:

 " Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria 
excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona  mayor es capaz de entenderlo todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona  mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Verdaderamente necesita consuelo. Si todas esas  excusas no bastasen, bien puedo dedicar este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos  los mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan). Corrijo, pues, mi dedicatoria: 

A LEON WERTH 
CUANDO ERA NIÑO". 


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