Hace meses me enteré de este niño en facebook y traté de ayudar un poco aunque sea promoviendo su caso.  
http://alyana-wolf.blogspot.mx/2012/07/ayuda-gera-no-perder-la-pierna.html

Ahora Gerardo tiene más problemas y necesita dinero para poder salir adelante. 

Gerardo Castañeda es un niño de 13 años de edad, en octubre de 2012 se le opero para salvar su pierna poniéndole un injerto de hueso y prótesis.

Actualmente esta presentando problemas de reblandamiento de hueso, y requiere otra cirugía de manera URGENTE el día de mañana para colocarle cemento para hueso, esta operación tiene un costo de $50,000.00 pesos, por lo cual acudimos a ustedes para solicitar de su apoyo y solidaridad. 


Pueden comunicarse a AMANC a los tels: (614) 411 13 16 y 426 74 00 o en nuestras instalaciones en Av. Zarco N.2836 entre la estación de bomberos y el Palmore por la acera de enfrente, o sus donativos a la cuenta HSBC 4020197281 contamos con recibos deducibles de impuestos, si depositas con tu ficha de deposito puedes ir a AMANC y te entregamos el recibo o directamente aquí y nosotros lo depositamos. 

https://www.facebook.com/pages/Amanc-Chihuahua/173454779332771

Esta caricatura resume lo que escribo. 
https://www.facebook.com/Canicaturas?ref=ts&fref=ts

No escribí acerca del IVA al alimento de los animales a pesar de que me gustan tanto el tema de la política como el de las mascotas porque pensé que los que se levantan a gritar por cada tropiezo de nuestro presidente, aburriendo con sus quejas hasta porque se equivoca en pronunciar una palabra en un discurso, unirían su voz a la de las asociaciones dedicadas a la protección de animales porque ese tema afecta a todos.

Obviamente cada quien tiene su propia batalla y las asociaciones protectoras de animales terminaron por unirse aunque sea por ese tema en "Juntos somos su voz", sabiendo que a pesar de que sus metodologías para ayudar a que cada vez menos animales de compañía terminen siendo un problema de salud y convivencia en todas las poblaciones, el tener que pagar 16% en la compra de comida hará que los donativos en efectivo rindan menos y los que son entregados en especie prácticamente desaparezcan. Que los dueños opten por abandonar más animales antes que tener que aumentar sus gastos y que eso sea un efecto dominó en cuanto a posibles plagas de animales callejeros.

A mayor cantidad de animales callejeros, mayor suciedad, posibilidades de agresiones a la población humana, focos de infección y la necesidad de más centros de control y mayores gastos en métodos de eliminación.

Eso como mero comentario.

Tener un animal es una muestra de la capacidad de gasto de una familia. Un objeto de lujo pues solamente sirve para compañía.

Algo así dice el argumento por el que se creó ese impuesto.

Como dije, las asociaciones confiaron en que nuestro país se maneja por Tres Poderes:

El ejecutivo dijo ese absurdo y realmente pasé semanas esperando que la gente que le endilga el compro de votos dijera que esas palabras demostraban que el presidente piensa que hasta el cariño de las mascotas se compra, o cualquier burla de esas.

Esperamos a que los partidos de oposición demostraran que basta con salir a las comunidades para probar que el perro y el gato siguen siendo parte de los métodos de protección básica de las familias, el perro en cualquier barrio, el gato en las bodegas,  ambos alertando de ladrones y acabando con el riesgo de plagas de ratas y ratones.

Se hicieron las clásicas reuniones de expertos y grupos con los diputados y senadores, nuestro Legislativo. Pero está confirmado que no tenían el menor interés en atender esas explicaciones, aunque hayan sido muy corteses en fingir que sí.

https://www.facebook.com/photo.php?fbid=533009263455203&set=a.518854258204037.1073741829.513895488699914&type=1&relevant_count=1
Me desvelé escuchando lo que los seis senadores presentaron como defensa a la negativa al IVA en los alimentos para animales y confirmé mis temores. No prepararon discursos con datos que demostraran que era un pésimo negocio para el país aprobar esa iniciativa. Peor resulta que se haya discutido en plena madrugada y después del peleadísimo debate acerca del aumento al impuesto en las fronteras. 

De todas maneras voy a agradecerles a esos senadores, pues al menos hablaron del tema:

Mariana Gómez, Francisco Domínguez y José Luis Preciado del PAN.
Lorena Cuéllar Cisneros y Mario Delgado Carrillo, del PRD.
Mónica Arreola Gordillo del PANAL.

Mario Delgado presentó datos interesantes: 58% de la población mexicana tiene mascotas según la consulta Mitowski y según el INEGI $300 pesos mensuales es lo que normalmente gasta esa población en alimentar a sus mascotas además de otros gastos que les generan.

El resto gastó el tiempo hablando acerca de que los animales de compañía ayudan a las personas a no sentirse solas, contra la depresión y blablablablabla. ¡Estaban fortaleciendo el argumento del presidente acerca de que son sólo un bien!

No recuerdo si fue Francisco Domínguez o Mariana Gómez quien mencionó al final de su sermón otro dato valioso. La existencia de los perros militares y policiacos que sirven para detección de drogas, armas y detención de sospechosos sin poner en peligro a sus contrapartes humanas y cuyas partidas presupuestarias van a salir dañadas, generando que muchos de esos animales sean desechados o atendidos con alimento de menor calidad.  



En todos los casos se habló de los perros de terapia y servicio como los lazarillos, pero no con la pasión necesaria. No agregaron los daos relacionados con el ahorro que lleva tener esos animales en lugar de tener que modificar todas las instalaciones para aquellos con discapacidades visuales o de otra clase y que son auxiliados así.

Respecto a Mónica Arreola. Debería decir que fue lamentable que su discurso fuera cortado. Pero la verdad es que era de tan baja calidad (digna de un niño de primaria de esas que tanto se usan en “De Panzazo”) que en la toma de pareo hecha se vio cómo la ignoraban. Hubo un senador que reclamó el respeto que ella debió exigir al notar que hablaba para nadie.

Y fue cuando el senador José Luis Preciado declaró que el PAN se retiraba al ver que los acuerdos ya estaban establecidos de antemano y blablablabla.

Se aprueba el IVA por parte de los senadores, pasa a los diputados y queda establecido en muchas menos horas de las dedicadas por las asociaciones para explicar a la población el porqué es mala idea.

He optado por escribir del tema porque es una de muchas anécdotas que se pierden en la vorágine actual. 

No les niego a los senadores que tenían razón al decir que para muchos de nosotros las mascotas son parte de la familia. Pero me habría gustado que hicieran bien su trabajo, se quedaran hasta el último momento a luchar y buscaran el tipo de discursos que en verdad explican por qué este impuesto es un mal para la comunidad.




Hace ya unos años mi mejor amiga me prestó el libro “Mujeres de ojos grandes” Este 25 de octubre de 2013 tuve el gusto de escuchar a Ángeles Mastretta platicando un poco de sus experiencias y partecitas de sus libros. El salón donde dio la conferencia está en el núcleo del edificio más viejo de la universidad de Chihuahua, usado también para conciertos. El motivo de su llegada fue el cierre de eventos de la XXXV Semana del Humanismo de la facultad donde pasé varios años con mi amiga.

Realmente no tenía pensado ir, traigo asuntos sin resolver conmigo misma. Pero en un impulso que viene de esa eterna curiosidad, terminé sentada en el piso del pasillo a unos pasos del tripie de los camarógrafos de la prensa estudiantil, observando un sitio lleno de gente que, si no la ha leído, por lo menos ha sabido de esa escritora. 

Así que aquí pueden oírla en un minuto de su plática. 


Ángeles Mastretta llegó escoltada por mi ex compañero de facultad que ahora tiene la responsabilidad de ser el director. Con un “Ya llegué” se ganó los aplausos de bienvenida reglamentarios. No me acuerdo de si lo hizo justo después de que una encargada de los eventos hizo su discurso acerca de la invitada porque me aburrió tal como solían aburrirme sus clases cuando todavía estaba obligada a ponerle atención.

A la señora Mastretta el podio le quedó grande. No se si fue parte de los trucos de teatralidad necesarios para esos casos o en verdad no imaginaron que podía haber alguien de su estatura, en plena lectura inicial se interrumpió dos veces por la llegada del banco que pidió para poder ser más visible, alcanzar con comodidad el micrófono y notar al público durante sus lecturas. Los lentes enormes y naranja estilo los setentas y sus múltiples gestos de broma me llevan a pensar que es lo segundo. Si por un segundo pensaron que me refería a que no era buena dando conferencias lamento decir que la verdad es otra.

Ella misma dijo que había aprendido a pensar sus conferencias como los artistas hacen con la gira de sus conciertos. Es ya una persona que hace giras para presentar libros y esas cosas, había conseguido éxito comercial, por eso había estado antes en Tijuana, otro poblado antes y que para este fin de semana regresaba a casa. Que por eso eligió fragmentos de sus libros, como un cantante lo hace con las canciones de sus discos más vendidos.

Aquí, lo que ella misma dice de su llegada. 

http://delabsurdocotidiano.nexos.com.mx/

Su discurso acerca de jugar con lo que pasó, con lo que está viviendo, con lo que le gustaría vivir, con los hubiera de quienes conoce. Me gustó mucho, no por su originalidad sino porque en ese momento me recordó lo que vi en un concierto, al músico jugando con sus elementos, la luz, la danza, los ritmos, la voz y la energía de la gente fascinada. También porque es precisamente lo que decimos algunos cuando contactamos a los personajes y a los lectores base.

No importa cuántos escritores lo digan, ni cómo lo hagan. Esa es la parte inexplicable.

“No estamos distraídos, estamos profundamente concentrados en otra cosa” es un buena frase que creo dijo así. Hablo de estar plenamente en la Luna. De esa angustia que sólo iniciar con un libro justo después de terminar otro puede calmarla. Angustia que pertenece tanto al lector empedernido como al escritor o al cinéfilo.

Tenemos aquí una pausa que pertenece tanto a mi mala memoria como al recuerdo de uno de los cuentos que ella leyó. Esa capacidad de vivir con varios amantes en la mente de un personaje  de sus cuentos, una tía con fama de fiel que terminó platicando con otra acerca de sus fantasías.

No es de mis cuentos favoritos de “Mujeres de ojos grandes” pero sirvió bien de referencia.

No estoy segura si fue en este punto que habló acerca de los conversadores y ese brevísimo límite que existe entre diálogo y chisme, entre compartir información y ser un intruso. Platicó el caso de cuando una mujer aconseja a una perfecta desconocida cerca de cómo escoger las mejores lechugas justo al verla agarrar una de las superficiales y que avergüenza a los hijos por ser tan “metiche”. La historia de una mujer que llamando a un gimnasio conoció a otra de sus partes, alguien que estaba dispuesto a platicar con ella todo acerca de lo perfectamente cotidiana que es la vida.  Ese trocito me recordó una vieja película “Tienes un e-mail” pues precisamente comentó que ahora los conversadores son cada vez menos con tantos mensajes breves y tarjetas prefabricadas que todos se comparten en internet sin hacer el esfuerzo de pensar otra idea.

También contó la anécdota de cuando batalló con la palabra precisa para describir el jabón con que un hombre de hace casi dos siglos bañaría a su hijo. La respuesta jabón “Dove” que obviamente haría completamente inverosímil para un lector que se estuviera hablando de ese año, cuando se usa en la actualidad así que tuvo que usar “un jabón que se importaba en esa época. Otro ejemplo, cuando su tatarabuelo mandó la carta al futuro suegro pidiendo la mano de su prima. El trato hiper respetuoso que tenía el escrito y el hecho de que eran parentela, contrastando con que ella avisó a sus padres que se mudaba en unos días con un músico que no tenía nada que ver con los estándares de la familia. Ahí explicó acerca de la necesidad de poder informarse bien acerca de un tema para poder guiar al lector entre los tiempos y los lugares que se están recorriendo.

Es cierto que hacer memoria y estar frente a la hoja en blanco es todo un reto. Estoy tratando de no decir que me aburrió tanto artilugio para que la gente aplaudiera frente a la pausa precisa, y con eso deseché varias de las supuestas anécdotas personales.

Afortunadamente una estudiante preguntó si dejaría el discurso para que pudiera ser reproducido. Así que quien quiera pedirlo puede contactar a la facultad de Filosofía y Letras de la UACH. En este blog está solo mi experiencia de ese momento y enlaces que pueden servir para entender por qué fue tan llamativa la presencia de esa mujer. Fue “encantador” poder escuchar esos fragmentos en su propia voz y puedo quitarle las comillas al gusto de un momento con alguien que lleva ya mucho más camino recorrido.

Platicar que sus primeros pasos como escritora fueron en el periodismo y que resultó por andar inventando noticias, que luego se convirtió en articulista (donde se tiene más espacio para detallar ideas e inventar detalles) y que terminó dándose cuenta que podía ganar dinero con eso había sido cosa de terquedad. Que no pensó en ser escritora porque cuando ella tenía 19 años murió su padre y debía centrarse en cuestiones tan mundanas como la comida y el pago de otras necesidades.  Esa fue una respuesta a una de esas preguntas obvias.

Lo de la hoja en blanco como uno de los más grandes problemas que ha tenido como escritora y el hecho de que se tiene que escribir SIEMPRE aunque sea una pequeña escena, un diálogo, un comentario de otro texto, ¡Lo que sea! Es imprescindible para no caer en la vacía sorpresa de que el tiempo pasó sin que la vida se perciba. La historia de una adolescente que llora al perder al “amor de su vida” hasta ese punto de su existencia y cómo no se trató de que al llamarlo por teléfono contestara la actual novia, ni la posibilidad de que tuviera relaciones sexuales, sino que al entrar la llamada estaban viendo juntos la televisión, y aunque esa anécdota fue de las iniciales es demasiado parecida a otra aparecerá más adelante.

Habló cuestiones de su edad. De los hubiera que ahora tiene, de los retos que la esperan.

El mensaje es claro. “CARPE DIEM” y la manera me recordó mucho el discurso de los protagonistas de “Titanic” versión James Cameron. Muy a pesar de que ella citara un conjuro de uno de sus personajes y el hecho de que, como texto, era ampliamente corregible ahora que ella tiene más experiencia que cuando lo publicó.

Mucho agradecer a los fans. Bonito. Las tres preguntas del público, predecibles, de manual. Tanto que la primer pregunta es esa del mayor reto de ser escritor y la segunda, la de si desde joven pensaba en escribir profesionalmente. La primera la anticipó ella, algo acerca de su concepto de la muerte.
No le hice caso, mencionó algo de ser enterrada bajo una jacaranda.

Rato atrás había comentado de cuando su hijo tuvo un accidente del carro y los llamaron para que fueran ahí, cómo el mundo se detuvo hasta que vieron al muchacho sano y a salvo. El concepto de regalo de la vida, felicidad. Como cuando se encontró con que su hija creció pero seguía cerca de ella. La anécdota es de una noche que al terminar pasó junto a los cuartos de los hijos y los recordó de pequeños, deseando poder volver a ver una película con ellos “La historia sin fin” con el dragón perro (que no es blanco señora, es doradito) y que tanto tiempo ha pasado desde que la vieron que posiblemente el niño protagonista ya tiene sus propios niños; acercarse al cuarto y descubrir a la hija con el novio viendo “La Guerra de las Galaxias” y cómo la invitó a quedarse a verla con ellos pero con el tono de “te doy permiso” que se supone deben usar los padres con los hijos.  

Algo platicó de cantar con su amigo Joaquín Sabina. Por eso dejo el enlace de una de las canciones que me gustan de él, la anécdota no me significó tanto.

Sólo me recuerda a un amigo y sus muchas historias. 



Y aquí quedamos. Como no tenía pensado ir a la conferencia no tenía nada que ella pudiera firmar. Tenía la opción de que me firmara una de mis novelas (broma privada, pues se que eso es de las cosas más molestas posibles) el “hubiera” de buscar el libro de ella pero se que lo devolví (cosa rara en mí) porque amo a mi amiga. O, como suelo hacer desde pequeña, apostar al momento y agarrar una de las hojas con que se apartaron los asientos de los invitados especiales y conseguir el autógrafo para mi amiga y para mí.

Capturar el momento con los sellos del evento en las hojas de reservar los asientos que iban a ser desechados.

Después de todo, para variar, la gente no puso atención al discurso de cierre del evento por parte del director de la facultad por andarse organizando en la fila de firmar el libro o libros que llevaban y por desear irse cuanto antes.

Y para variar, ni mi nombre ni el de mi amiga fueron bien escritos por una escritora que habla de disfrutar el instante y valorar las oportunidades pero que no soportó la idea de que alguien agarrara potencial basura para unos trazos de su puño y letra.

A ninguna de las dos importa realmente. Ya disfrutamos de lo que escribió sin saber de nuestras existencias. 

Y la travesura ya es parte de su historia pues hubo otras personas que siguieron mi ejemplo, tal como cuando repartí las flores del arreglo de nuestra graduación, por el mero placer de saber que nadie más se había animado. 

Uno de los cuentos de la escritora Angeles Mastretta en el libro "Mujeres de Ojos Grandes"

Hubo una tía nuestra, fiel como no lo ha sido ninguna otra mujer. Al menos eso cuentan todos los que la conocieron. Nunca se ha vuelto a ver en Puebla mujer más enamorada ni más solícita que la siempre radiante tía Valeria.

Hacía la plaza en el mercado de la Victoria. Cuentan las viejas marchantas que hasta en el modo de escoger las verduras se le notaba la paz. Las tocaba despacio, sentía el brillo de sus cáscaras y las iba dejando caer en la báscula.

Luego, mientras se las pesaban, echaba la cabeza para atrás y suspiraba, como quien termina de cumplir con un deber fascinante.

Algunas de sus amigas la creían medio loca. No entendían cómo iba por la vida, tan encantada, hablando siempre bien de su marido. Decía que lo adoraba aun cuando estaban más solas, cuando conversaban como consigo mismas en el rincón de un jardín o en el atrio de la iglesia.

Su marido era un hombre común y corriente, con sus imprescindibles ataques de mal humor, con su necesario desprecio por la comida del día, con su ingrata certidumbre de que la mejor hora para querer era la que a él se le antojaba, con sus euforias matutinas y sus ausencias nocturnas, con su perfecto discurso y su prudentísima distancia sobre lo que son y deben ser los hijos. Un marido como cualquiera. Por eso parecía inaudita la condición de perpetua enamorada que se desprendía de los ojos y la sonrisa de la tía Valeria.

—¿Cómo le haces? —le preguntó un día su prima Gertrudis, famosa porque cada semana cambiaba de actividad dejando en todas la misma pasión desenfrenada que los grandes hombres gastan en una sola tarea. 

Gertrudis podía tejer cinco suéteres en tres días, emprenderla a caballo durante horas, hacer pasteles para todas las kermeses de caridad, tomar clase de pintura, bailar flamenco, cantar ranchero, darles de comer a setenta invitados por domingo y enamorarse con toda obviedad de tres señores ajenos cada lunes.

—¿Cómo le hago para qué?— preguntó la apacible tía Valeria.

—Para no aburrirte nunca— dijo la prima Gertrudis, mientras ensartaba la aguja y emprendía el bordado de uno de los trescientos manteles de punto de cruz que les heredó a sus hijas—. A veces creo que tienes un amante secreto lleno de audacias.

La tía Valeria se rió. Dicen que tenía una risa clara y desafiante con la que se ganaba muchas envidias.

—Tengo uno cada noche— contestó, tras la risa.

—Como si hubiera de dónde sacarlos— dijo la prima Gertrudis, siguiendo hipnotizada el ir y venir de su aguja.

—Hay— contestó la tía Valeria cruzando las suaves manos sobre su regazo.

—¿En esta ciudad de cuatro gatos más vistos y apropiados?— dijo la prima Gertrudis haciendo un nudo.

—En mi pura cabeza— afirmó la otra, echándola hacia atrás en ese gesto tan suyo que hasta entonces la prima descubrió como algo más que un hábito raro.

—Nada más cierras los ojos —dijo, sin abrirlos— y haces de tu marido lo que más te apetezca: Pedro Armendáriz o Humphrey Bogart, Manolete o el gobernador, el marido de tu mejor amiga o el mejor amigo de tu marido, el marchante que vende las calabacitas o el millonario protector de un asilo de ancianos. A quien tú quieras, para quererlo de distinto modo. y no te aburres nunca. El único riesgo es que al final se te noten las nubes en la cara. Pero eso es fácil evitarlo, porque las espantas con las manos y vuelves a besar a tu marido que seguro te quiere como si fueras Ninón Sevilla o Greta Garbo, María Victoria o la adolescente que florece en la casa de junto. Besas a tu marido y te levantas al mercado o a dejar a los niños en el colegio. Besas a tu marido, te acurrucas contra su cuerpo en las noches de peligro, y te dejas soñar...

Dicen que así hizo siempre la tía Valeria y que por eso vivió a gusto muchos anos. Lo cierto es que se murió mientras dormía con la cabeza echada hacia atrás y un autógrafo de Agustín Lara debajo de la almohada.


Este texto ya está publicado en la revista "Metamorfosis" de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. 


La niña más pequeña chocó con él mientras corría con su vestido de princesa ya manchado por unas marcas de dedos sucios de chocolate, la bolsa llena de dulces traqueteando al chocar con sus rodillas y los grititos de emoción de los otros niños que trataban de alcanzarla se unieron a los ladridos de los perros de la colonia. El escándalo que año con año molestaba a los más viejos que insistían en negar la llegada de las fiestas de Halloween a la vida cotidiana, para ellos la verdadera tradición era Día de Muertos. Para Fernando lo mismo daba. Solo que en ese momento le molestó en verdad ver a la mujer que acompañaba los críos disfrazada con un vestido negro, sombrero de pico y accesorios plateados con forma de Luna. Demasiado vieja ya a sus treinta como para querer seguir el juego, ridícula. ¡Peor aún! Traía con ella y en medio de los niños un perro lanudo, tal como el que le había costado una multa de varios miles de pesos sólo por matarlo.

La bruja se le quedó viendo muy fijamente y Fernando estuvo seguro que era una de esas escandalosas de las “sociedades protectoras de animales”. Los niños se adelantaron jugando a comparar sus trofeos y ella quedó a menos de un metro cuando el perro ladró. Fernando levantó el pie para patear al escandaloso animal cuando ella puso una mano sobre su hombro, apretando los dedos en algo que parecía el esfuerzo por trazar un dibujo. 

—¿Qué estás haciendo? —Fernando la aferró de la muñeca y le torció el brazo hacia atrás, forzándola a inclinarse. El cachorro comenzó a gemir tratando de escabullirse  y los niños se paralizaron un momento con los ojos completamente abiertos. Las caritas angustiadas en un gesto cercano al llanto. Poco después la soltó, al alcanzar a percibir el crujido de los dientes apretados de su prisionera. Era obvio que no quería mostrar el miedo y el dolor que sentía para que los niños no se desbandaran. — ¿Crees que tengo el más mínimo sentido de conciencia o culpabilidad? ¡Por favor! Sólo un idiota pensaría que yo voy a agarrar conciencia sobre un animal tan despreciable como lo es el perro. ¡Déjenme en paz!

Con la cabeza baja se alejó de él acomodándose las mangas para reunir a los niños.  El perro cojeando la alcanzó sin poder evitar gruñirle a Fernando al pasar cerca.

—¡Solo era un estúpido chucho! — Gritó Fernando haciendo que los niños comenzaran a llorar.

Extrañamente, la mujer volvió sobre sus pasos y los niños la siguieron como si fuera una corte de duendes. — No te burles, no insultes lo que no conoces, porque podrías arrepentirte. — Dicho esto, soltó al perro de la correa y los niños corrieron tras él, totalmente olvidada la escena de su niñera lastimada. Pero en el vuelo de las mangas de la bruja Fernando vio claramente cómo la silueta de su mano se iba dibujando en un tono rojizo, y el leve temblor de la piel. Como siempre, hasta los que trataban de enfrentarlo le tenían miedo. Se sabía grande física y mentalmente. No como esos tontos e hipócritas disfrazados de compasivos.

Ella se alejó en silencio. Los gritos de los niños pidiendo “dulce o travesura” puerta por puerta volvieron a oírse. Un nuevo grupo pasó del otro lado de la calle. Fernando siguió su camino. Estaba por llegar a casa cuando las luces de la ciudad se apagaron. El silencio se extendió como el manto de oscuridad, Fernando habría esperado gritos de sorpresa o miedo a la distancia, cláxones, ladridos, lo habitual. Pero nada pasó por unos segundos. Hasta que se dio cuenta que la ciudad parecía otra, vacía.

A pocos metros, una lámpara funcionaba lo suficiente para que Fernando pudiera distinguirse a sí mismo, solo. Caminó hasta única luz y descubrió que detrás de él las sombras se profundizaban. Un nuevo sonido llegó, agua corriendo, un río. Y sobre su cabeza, donde debiera estar el aviso de la calle, solo una palabra “Mictlán”.

Mientras trataba de encontrarle sentido a todo eso. Fernando supo que tenía compañía. De las sombras una silueta se acercaba dando rodeos, apenas diferenciada por los brillantes ojos que lo mismo parecían llamear que reflejar el frío del hielo.

 ¡Quien eres! Gritó Fernando mientras tomaba la postura más intimidatoria que podía. Sabía que sus cien kilos y su altura le ayudaban, pero no lograban entender lo que sucedía.

Una risa grave y baja fue toda su respuesta. Parecía como si la sombra saboreara el miedo de Fernando. Peor aún, que sabía que tenía todo el tiempo a su merced para degustar esa situación.

  ¡Donde estoy! Fernando instintivamente se acercó a la lámpara sintiéndose cada vez más ridículo.

 ¿No sabes leer? Oyó la voz burlona, ahora en su mente. Fernando se concentró lo más que pudo en recordar, pero no conseguía pensar más que en que debía ser un sueño. No importa lo que creas. Esto es Mictlán. . . ¡Y tú eres mío! Con un rugido la sombra saltó sin que Fernando pudiera distinguir si era humana o animal.

Los huesos de las piernas y la cadera de Fernando quedaron hechos pedazos en instantes sin que el dolor le permitiera saber si fue por mordeduras, el impacto o los golpes recibidos. El arco de luz que él creía una protección realmente era solo el marco de su jaula pues ahora estaba incapacitado para salir. Tanto por el daño recibido como por el terror de lo que le esperaba en la oscuridad.

La sombra seguía ahí. Riéndose de él. Rondándolo. Permitiéndole sufrir ese primer agravio y saber que le esperaban más. El suelo bajo el cuerpo de Fernando se fue tiñendo de un tono más oscuro mientras su sangre se deslizaba lentamente hacia el río que alcanzaba escuchar pero no conseguía ver. El tiempo perdió sentido, en su celular la hora seguía marcando las siete cuarenta y cinco de la tarde, tal como la primera vez que lo consultó pese a que hacía mucho más que se había cansado de contar hasta sesenta, una y otra vez, mientras buscaba controlar el dolor. 

Decidido a sobrevivir. Fernando se aferró al poste con ambas manos, apoyando el peso en la lámpara mientras trataba de erguirse, confirmar el grado de sus lesiones y buscar alguna manera de moverse. Ya no dudaba, todo era terriblemente real y no le quedaba más que encontrar un modo de escapar de la sombra. La cadera estaba muy dañada, una de las piernas tenía marcas de cortes y los huesos destrozados, todo movimiento que trataba con esa extremidad le significaba calambres, una tortura. La otra pierna sólo parecía amoratada, aunque no podía estar seguro sin levantarse bien y dar el primer titubeante paso. Una mano sobre otra, con todos los músculos tensos por el esfuerzo y la tensión nerviosa, subió centímetro a centímetro. Podía escuchar su propio pulso como tambores de guerra en los oídos, su respiración con el susurro del río.

 La carcajada de la figura al volver a saltar, el crujir de los huesos en las costillas, su propio alarido cortado de golpe. Probó su sangre justo antes de perder la conciencia.

Cuando despertó un hombre de aproximadamente cincuenta años lo estaba vendando con trozos de camisa. El olor a parafina, copal, tabaco, tierra y humedad era un perfume embriagador, que reanimó aún más a Fernando.

 ¡Pobre muchacho! Exclamó el hombre ¿Cuánto hace que no comes? Toma aquí mis hijas me dieron unos tamales y puedo compartirte.

 ¿Cómo llegó usted…? Susurró Fernando mientras se sentaba sin poder reprimir una expresión de asco al ver los tres perros que permanecían echados justo al borde de la luz.

¡Pues como tú! ¡Muriéndome! Con una risotada el hombre le ofreció un trago de tequila Este es mi primer año que puedo regresar a visitar a la familia. Mi nombre es José ¿Y tú eres?

Solo después de varios tragos al tequila Fernando pudo observar con atención a su nuevo acompañante. La flor amarilla en el bolsillo de la camisa, el morral con comida y otros objetos, la veladora, la cicatriz en el cuello, el pelo revuelto. Para su desgracia todo cobraba cada vez más sentido. Fernando Le respondió tratando de no delatar su miedo, ni el asco que los perros detrás de José le producían. Callejeros de raza indefinible, pelo corto y tieso, sucios y de mirada altanera. Más allá de ellos, los ojos llameantes de la sombra.

¡Mucho gusto Fernando! Te voy a dejar mi bastón porque parece que lo necesitas más tú. Pero ya no puedo darte otra cosa porque me falta todo un año para volver y no se si mis hijas podrán dejarme tantos regalos para el siguiente “todos santos”.

 Como... ¿Cómo pudo cruzar la oscuridad? Su veladora no ha de iluminar tanto como el farol, señor José. Fernando notó el castañeo de los dientes mientras hablaba, ni siquiera el tequila calmaba sus nervios. No sabiendo que en cuanto quedara solo, ese ser volvería.

Ese es trabajo de los perros. José se levantó, los animales se formaron en escolta silenciosa. Sin uno que te guíe, jamás podrás cruzar el río. Ni de ida, ni de vuelta.

Las pisadas de los animales y José se fueron desvaneciendo, lo mismo que la brevísima luz de la vela mientras se adentraban en el camino. Fernando trató de no llorar. ¿Estaba muerto? No sabía. ¿Eso era todo? Por un estúpido perro ahora era la víctima de algo que se escondía en la oscuridad del infierno.

Foto obtenida en
http://www.onlinephotographers.org/sp/foto/5952/
 No me escondo. Soy.La sombra se acercó a Fernando. Esta vez con una forma humana que le dio la esperanza de poder contraatacar, casi olvidando que era exactamente eso lo que lo dejó con los huesos rotos e inconsciente, uno o dos días.

  ¡Todo esto por un estúpido perro! Fernando se levantó. Cruzó los brazos para mostrarse mucho más seguro de lo que sentía.

No.

  ¡Entonces qué! Carajo. Fernando se lanzó a golpear a su verdugo. Toda la desesperación se transformó en violencia. La adrenalina se disparó, y hubo un momento de pura euforia cuando su puño consiguió tocar algo sólido. Sólo ese chispazo le fue posible. El resto de lo que el tacto le dio fue la multiplicación de las lesiones. La sombra cortaba, golpeaba y se movía apenas permitiendo que Fernando tuviera tiempo de respirar y gritar. Él sabía que a veces lograba sujetar algo semejante a tela, o pelo, golpear un cuerpo ajeno, pero era como si un ratón tratara de noquear un puma. Cuando la sombra regresó al borde de la luz, Fernando era un bulto ensangrentado, un cuerpo inservible cuya cabeza todavía funcionaba, sentía y buscaba la forma de acabar con tanto sufrimiento. Con el rostro empapado de lágrimas, comenzó a suplicar, odiando su voz agudizada, la impotencia.

¡Termina! ¡¿Que esperas?! Ya te divertiste. ¡Por favor!

Una pequeña sonrisa, apenas una mueca fue la respuesta del ente.

Ni un perro merece esto. Con la cabeza entre las manos Fernando se rindió a su destino. Ahogándose en gemidos esperó lo inevitable. Hasta que recordó lo que le dijo José. Ya estaban muertos. ¡Maldición!

Las carcajadas de la sombra corearon el lamento de Fernando. El brillo en los ojos, su distintivo, se avivó. Realmente parecía complacido. Si tú no lo remataste. ¿Por que debiera hacerlo yo?

  ¡Era solo un animal! A nadie le importaba. Fernando trató de argumentar, de enfurecer a su adversario para que lo rematara. Tal como pasó cuando los animalistas trataron de “hacer justicia”.

Lo mismo siento por ti. De nuevo la risa. Después, más silencio.

 Ya no me queda nada. 


  ¿Dices que nada te queda? La voz melosa del ente estaba tan llena de amenazas como el chisporroteo de sus ojos. --- Estas equivocado. ¡Te quedan los dientes!


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