Hace ya unos años mi mejor amiga me prestó el libro “Mujeres de ojos grandes” Este 25 de octubre de 2013 tuve el gusto de escuchar a Ángeles Mastretta platicando un poco de sus experiencias y partecitas de sus libros. El salón donde dio la conferencia está en el núcleo del edificio más viejo de la universidad de Chihuahua, usado también para conciertos. El motivo de su llegada fue el cierre de eventos de la XXXV Semana del Humanismo de la facultad donde pasé varios años con mi amiga.

Realmente no tenía pensado ir, traigo asuntos sin resolver conmigo misma. Pero en un impulso que viene de esa eterna curiosidad, terminé sentada en el piso del pasillo a unos pasos del tripie de los camarógrafos de la prensa estudiantil, observando un sitio lleno de gente que, si no la ha leído, por lo menos ha sabido de esa escritora. 

Así que aquí pueden oírla en un minuto de su plática. 


Ángeles Mastretta llegó escoltada por mi ex compañero de facultad que ahora tiene la responsabilidad de ser el director. Con un “Ya llegué” se ganó los aplausos de bienvenida reglamentarios. No me acuerdo de si lo hizo justo después de que una encargada de los eventos hizo su discurso acerca de la invitada porque me aburrió tal como solían aburrirme sus clases cuando todavía estaba obligada a ponerle atención.

A la señora Mastretta el podio le quedó grande. No se si fue parte de los trucos de teatralidad necesarios para esos casos o en verdad no imaginaron que podía haber alguien de su estatura, en plena lectura inicial se interrumpió dos veces por la llegada del banco que pidió para poder ser más visible, alcanzar con comodidad el micrófono y notar al público durante sus lecturas. Los lentes enormes y naranja estilo los setentas y sus múltiples gestos de broma me llevan a pensar que es lo segundo. Si por un segundo pensaron que me refería a que no era buena dando conferencias lamento decir que la verdad es otra.

Ella misma dijo que había aprendido a pensar sus conferencias como los artistas hacen con la gira de sus conciertos. Es ya una persona que hace giras para presentar libros y esas cosas, había conseguido éxito comercial, por eso había estado antes en Tijuana, otro poblado antes y que para este fin de semana regresaba a casa. Que por eso eligió fragmentos de sus libros, como un cantante lo hace con las canciones de sus discos más vendidos.

Aquí, lo que ella misma dice de su llegada. 

http://delabsurdocotidiano.nexos.com.mx/

Su discurso acerca de jugar con lo que pasó, con lo que está viviendo, con lo que le gustaría vivir, con los hubiera de quienes conoce. Me gustó mucho, no por su originalidad sino porque en ese momento me recordó lo que vi en un concierto, al músico jugando con sus elementos, la luz, la danza, los ritmos, la voz y la energía de la gente fascinada. También porque es precisamente lo que decimos algunos cuando contactamos a los personajes y a los lectores base.

No importa cuántos escritores lo digan, ni cómo lo hagan. Esa es la parte inexplicable.

“No estamos distraídos, estamos profundamente concentrados en otra cosa” es un buena frase que creo dijo así. Hablo de estar plenamente en la Luna. De esa angustia que sólo iniciar con un libro justo después de terminar otro puede calmarla. Angustia que pertenece tanto al lector empedernido como al escritor o al cinéfilo.

Tenemos aquí una pausa que pertenece tanto a mi mala memoria como al recuerdo de uno de los cuentos que ella leyó. Esa capacidad de vivir con varios amantes en la mente de un personaje  de sus cuentos, una tía con fama de fiel que terminó platicando con otra acerca de sus fantasías.

No es de mis cuentos favoritos de “Mujeres de ojos grandes” pero sirvió bien de referencia.

No estoy segura si fue en este punto que habló acerca de los conversadores y ese brevísimo límite que existe entre diálogo y chisme, entre compartir información y ser un intruso. Platicó el caso de cuando una mujer aconseja a una perfecta desconocida cerca de cómo escoger las mejores lechugas justo al verla agarrar una de las superficiales y que avergüenza a los hijos por ser tan “metiche”. La historia de una mujer que llamando a un gimnasio conoció a otra de sus partes, alguien que estaba dispuesto a platicar con ella todo acerca de lo perfectamente cotidiana que es la vida.  Ese trocito me recordó una vieja película “Tienes un e-mail” pues precisamente comentó que ahora los conversadores son cada vez menos con tantos mensajes breves y tarjetas prefabricadas que todos se comparten en internet sin hacer el esfuerzo de pensar otra idea.

También contó la anécdota de cuando batalló con la palabra precisa para describir el jabón con que un hombre de hace casi dos siglos bañaría a su hijo. La respuesta jabón “Dove” que obviamente haría completamente inverosímil para un lector que se estuviera hablando de ese año, cuando se usa en la actualidad así que tuvo que usar “un jabón que se importaba en esa época. Otro ejemplo, cuando su tatarabuelo mandó la carta al futuro suegro pidiendo la mano de su prima. El trato hiper respetuoso que tenía el escrito y el hecho de que eran parentela, contrastando con que ella avisó a sus padres que se mudaba en unos días con un músico que no tenía nada que ver con los estándares de la familia. Ahí explicó acerca de la necesidad de poder informarse bien acerca de un tema para poder guiar al lector entre los tiempos y los lugares que se están recorriendo.

Es cierto que hacer memoria y estar frente a la hoja en blanco es todo un reto. Estoy tratando de no decir que me aburrió tanto artilugio para que la gente aplaudiera frente a la pausa precisa, y con eso deseché varias de las supuestas anécdotas personales.

Afortunadamente una estudiante preguntó si dejaría el discurso para que pudiera ser reproducido. Así que quien quiera pedirlo puede contactar a la facultad de Filosofía y Letras de la UACH. En este blog está solo mi experiencia de ese momento y enlaces que pueden servir para entender por qué fue tan llamativa la presencia de esa mujer. Fue “encantador” poder escuchar esos fragmentos en su propia voz y puedo quitarle las comillas al gusto de un momento con alguien que lleva ya mucho más camino recorrido.

Platicar que sus primeros pasos como escritora fueron en el periodismo y que resultó por andar inventando noticias, que luego se convirtió en articulista (donde se tiene más espacio para detallar ideas e inventar detalles) y que terminó dándose cuenta que podía ganar dinero con eso había sido cosa de terquedad. Que no pensó en ser escritora porque cuando ella tenía 19 años murió su padre y debía centrarse en cuestiones tan mundanas como la comida y el pago de otras necesidades.  Esa fue una respuesta a una de esas preguntas obvias.

Lo de la hoja en blanco como uno de los más grandes problemas que ha tenido como escritora y el hecho de que se tiene que escribir SIEMPRE aunque sea una pequeña escena, un diálogo, un comentario de otro texto, ¡Lo que sea! Es imprescindible para no caer en la vacía sorpresa de que el tiempo pasó sin que la vida se perciba. La historia de una adolescente que llora al perder al “amor de su vida” hasta ese punto de su existencia y cómo no se trató de que al llamarlo por teléfono contestara la actual novia, ni la posibilidad de que tuviera relaciones sexuales, sino que al entrar la llamada estaban viendo juntos la televisión, y aunque esa anécdota fue de las iniciales es demasiado parecida a otra aparecerá más adelante.

Habló cuestiones de su edad. De los hubiera que ahora tiene, de los retos que la esperan.

El mensaje es claro. “CARPE DIEM” y la manera me recordó mucho el discurso de los protagonistas de “Titanic” versión James Cameron. Muy a pesar de que ella citara un conjuro de uno de sus personajes y el hecho de que, como texto, era ampliamente corregible ahora que ella tiene más experiencia que cuando lo publicó.

Mucho agradecer a los fans. Bonito. Las tres preguntas del público, predecibles, de manual. Tanto que la primer pregunta es esa del mayor reto de ser escritor y la segunda, la de si desde joven pensaba en escribir profesionalmente. La primera la anticipó ella, algo acerca de su concepto de la muerte.
No le hice caso, mencionó algo de ser enterrada bajo una jacaranda.

Rato atrás había comentado de cuando su hijo tuvo un accidente del carro y los llamaron para que fueran ahí, cómo el mundo se detuvo hasta que vieron al muchacho sano y a salvo. El concepto de regalo de la vida, felicidad. Como cuando se encontró con que su hija creció pero seguía cerca de ella. La anécdota es de una noche que al terminar pasó junto a los cuartos de los hijos y los recordó de pequeños, deseando poder volver a ver una película con ellos “La historia sin fin” con el dragón perro (que no es blanco señora, es doradito) y que tanto tiempo ha pasado desde que la vieron que posiblemente el niño protagonista ya tiene sus propios niños; acercarse al cuarto y descubrir a la hija con el novio viendo “La Guerra de las Galaxias” y cómo la invitó a quedarse a verla con ellos pero con el tono de “te doy permiso” que se supone deben usar los padres con los hijos.  

Algo platicó de cantar con su amigo Joaquín Sabina. Por eso dejo el enlace de una de las canciones que me gustan de él, la anécdota no me significó tanto.

Sólo me recuerda a un amigo y sus muchas historias. 



Y aquí quedamos. Como no tenía pensado ir a la conferencia no tenía nada que ella pudiera firmar. Tenía la opción de que me firmara una de mis novelas (broma privada, pues se que eso es de las cosas más molestas posibles) el “hubiera” de buscar el libro de ella pero se que lo devolví (cosa rara en mí) porque amo a mi amiga. O, como suelo hacer desde pequeña, apostar al momento y agarrar una de las hojas con que se apartaron los asientos de los invitados especiales y conseguir el autógrafo para mi amiga y para mí.

Capturar el momento con los sellos del evento en las hojas de reservar los asientos que iban a ser desechados.

Después de todo, para variar, la gente no puso atención al discurso de cierre del evento por parte del director de la facultad por andarse organizando en la fila de firmar el libro o libros que llevaban y por desear irse cuanto antes.

Y para variar, ni mi nombre ni el de mi amiga fueron bien escritos por una escritora que habla de disfrutar el instante y valorar las oportunidades pero que no soportó la idea de que alguien agarrara potencial basura para unos trazos de su puño y letra.

A ninguna de las dos importa realmente. Ya disfrutamos de lo que escribió sin saber de nuestras existencias. 

Y la travesura ya es parte de su historia pues hubo otras personas que siguieron mi ejemplo, tal como cuando repartí las flores del arreglo de nuestra graduación, por el mero placer de saber que nadie más se había animado. 

Uno de los cuentos de la escritora Angeles Mastretta en el libro "Mujeres de Ojos Grandes"

Hubo una tía nuestra, fiel como no lo ha sido ninguna otra mujer. Al menos eso cuentan todos los que la conocieron. Nunca se ha vuelto a ver en Puebla mujer más enamorada ni más solícita que la siempre radiante tía Valeria.

Hacía la plaza en el mercado de la Victoria. Cuentan las viejas marchantas que hasta en el modo de escoger las verduras se le notaba la paz. Las tocaba despacio, sentía el brillo de sus cáscaras y las iba dejando caer en la báscula.

Luego, mientras se las pesaban, echaba la cabeza para atrás y suspiraba, como quien termina de cumplir con un deber fascinante.

Algunas de sus amigas la creían medio loca. No entendían cómo iba por la vida, tan encantada, hablando siempre bien de su marido. Decía que lo adoraba aun cuando estaban más solas, cuando conversaban como consigo mismas en el rincón de un jardín o en el atrio de la iglesia.

Su marido era un hombre común y corriente, con sus imprescindibles ataques de mal humor, con su necesario desprecio por la comida del día, con su ingrata certidumbre de que la mejor hora para querer era la que a él se le antojaba, con sus euforias matutinas y sus ausencias nocturnas, con su perfecto discurso y su prudentísima distancia sobre lo que son y deben ser los hijos. Un marido como cualquiera. Por eso parecía inaudita la condición de perpetua enamorada que se desprendía de los ojos y la sonrisa de la tía Valeria.

—¿Cómo le haces? —le preguntó un día su prima Gertrudis, famosa porque cada semana cambiaba de actividad dejando en todas la misma pasión desenfrenada que los grandes hombres gastan en una sola tarea. 

Gertrudis podía tejer cinco suéteres en tres días, emprenderla a caballo durante horas, hacer pasteles para todas las kermeses de caridad, tomar clase de pintura, bailar flamenco, cantar ranchero, darles de comer a setenta invitados por domingo y enamorarse con toda obviedad de tres señores ajenos cada lunes.

—¿Cómo le hago para qué?— preguntó la apacible tía Valeria.

—Para no aburrirte nunca— dijo la prima Gertrudis, mientras ensartaba la aguja y emprendía el bordado de uno de los trescientos manteles de punto de cruz que les heredó a sus hijas—. A veces creo que tienes un amante secreto lleno de audacias.

La tía Valeria se rió. Dicen que tenía una risa clara y desafiante con la que se ganaba muchas envidias.

—Tengo uno cada noche— contestó, tras la risa.

—Como si hubiera de dónde sacarlos— dijo la prima Gertrudis, siguiendo hipnotizada el ir y venir de su aguja.

—Hay— contestó la tía Valeria cruzando las suaves manos sobre su regazo.

—¿En esta ciudad de cuatro gatos más vistos y apropiados?— dijo la prima Gertrudis haciendo un nudo.

—En mi pura cabeza— afirmó la otra, echándola hacia atrás en ese gesto tan suyo que hasta entonces la prima descubrió como algo más que un hábito raro.

—Nada más cierras los ojos —dijo, sin abrirlos— y haces de tu marido lo que más te apetezca: Pedro Armendáriz o Humphrey Bogart, Manolete o el gobernador, el marido de tu mejor amiga o el mejor amigo de tu marido, el marchante que vende las calabacitas o el millonario protector de un asilo de ancianos. A quien tú quieras, para quererlo de distinto modo. y no te aburres nunca. El único riesgo es que al final se te noten las nubes en la cara. Pero eso es fácil evitarlo, porque las espantas con las manos y vuelves a besar a tu marido que seguro te quiere como si fueras Ninón Sevilla o Greta Garbo, María Victoria o la adolescente que florece en la casa de junto. Besas a tu marido y te levantas al mercado o a dejar a los niños en el colegio. Besas a tu marido, te acurrucas contra su cuerpo en las noches de peligro, y te dejas soñar...

Dicen que así hizo siempre la tía Valeria y que por eso vivió a gusto muchos anos. Lo cierto es que se murió mientras dormía con la cabeza echada hacia atrás y un autógrafo de Agustín Lara debajo de la almohada.



Lectores

Entradas populares

El blog de mi pareja.

Una historia que no se si tendrá fin.

Blog sobre una promesa a mi abuelo.


Click en la imagen para conocer tema.