Gracias Ángeles Pavía Mañes enfermera española que compartió este texto. Una experiencia que está por alcanzar a México ante el reto de la pandemia de #COVID19

«Por muchos respiradores que tengamos, si no tenemos enfermeras especializadas, a ver quién los maneja. No sirven de nada». (Oído esta noche en La Sexta)

De lo más sensato que he oído.

La UCI y la REA son dos puestos de trabajo complejísimos. Cuando llegas por primera vez se te cae el mundo encima. Eres enfermera, llevas años trabajando cubriendo bajas de forma irregular: dos meses en sala en un hospital, tres al paro, cuatro meses en Atención Primaria a 50 km, dos al paro, tres meses en urgencias a 60 km, cinco al paro... Así te pasas a lo mejor 5 años o más ( yo llegué a acumular 105 contratos en 13 años)

Y de repente te llaman para una baja. Después de firmar el contrato te dicen que la baja es en la UCI.
Si renuncias te sancionan sin trabajar y sin paro.

No tienes formación específica para trabajar allí, pero las enfermeras servimos para todo.

Y allí te plantas. Y todo son luces, y alarmas, y cables, y tubos, y enfermos críticos en sus camas, la mayoría sedados y conectados a respiradores. Los malditos respiradores esas bestias blancas situadas en la cabecera del enfermo, complejísimos, que sustituyen la función respiratoria del enfermo.

Y para que el enfermo pueda estar conectado a esa máquina tienen que estar anestesiado, mantenido con medicación peligrosísima que se dosifica con bombas electrónicas muy sensibles, que apenas sabes manejar, o apenas recuerdas porque en los últimos contratos has estado en ambulatorios.
Y tienes, con suerte, dos enfermos, dos personas, a tu cargo, cuya vida y salud depende de que no metas la pata. Solo con eso te conformas, con no meter la pata.

Y ponte a memorizar de inmediato historia del enfermo, patologías previas, patología actual, medicación, dosis, ritmo de infusión, vías de canalización. Recuerda las clases de farmacología que estudiaste hace... ¿Ocho años? E intenta recordar cuáles, de las 20 diferentes medicaciones que lleva a la vez el enfermo, se pueden administrar por la misma vía y cuáles no.

Y aprendes porque tus compañeras veteranas te enseñan con toda su paciencia y saber, como otras les enseñaron a ellas, porque son tus compañeras. Y te lo explican todo. Y con suerte, al año, tras horas de estudio en tu casa y horas de trabajo en el hospital puedes decir que ya eres una enfermera de UCI.

Y ahora añádele a todo eso que tus dos enfermos tienen un virus mortal que se está extendiendo como la espuma, que no se sabe bien cómo actúa, cómo afecta, cómo se trata, cómo se contagia. Que, en el mejor de los casos, llevas una bata impermeable que te hace sudar como en una sauna, una mascarilla que no te deja respirar bien, unas gafas que se te empañan al segundo de habértelas puesto, un gorro que no evita que el sudor te resbale por las sienes y unos guantes que te maceran las manos y te hacen perder la sensibilidad.

Y tiemblas, porque tienes miedo, mucho. Por tus enfermos, por ti, por tus compañeros, por la familia que te espera en casa.

Y, a pesar de todo eso, sabes que todo eso queda atrás, y, por un horario de mierda y un sueldo de mierda, vas a pasar en ese infierno un tercio de tu vida porque es tu trabajo.

Fabricarán respiradores en una semana, en dos, pero no se fabrican enfermeras en ese tiempo. Y menos enfermeras de UCI.

Llevamos años exportando enfermeras a toda Europa. Las formamos para que se vayan lejos, porque aquí no había trabajo.

Muchas de las que se quedaron se han contagiado y no pueden trabajar.

Han dejado que sus soldados caigan contagiados en combate y ahora, por muchas metralletas que traigan, no van a tener quién las maneje


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