Si has intentado encajar en algún molde y no lo has conseguido, probablemente has tenido suerte. Es posible que seas una exiliada, pero has protegido tu alma.
Cuando alguien intenta repetidamente encajar y no lo consigue, se produce un extraño fenómeno. Cuando la proscrita es rechazada, cae directamente en los brazos de su verdadero pariente psíquico, que puede ser una materia de estudio, una forma artística o un grupo de personas.
Es peor permanecer en el lugar que no corresponde en absoluto que andar perdidas durante algún tiempo, buscando el parentesco psíquico y espiritual que necesitamos. Jamás es un error buscar lo que una necesita. Jamás.

Toda está torsión y esta tensión tienen una utilidad. El exilio consolida y fortalece. Aunque se trata de una situación que no le desearíamos a nadie por ningún motivo, su efecto es similar al del carbón natural puro que, sometido a presión, produce diamantes y, al final, conduce a una profunda magnitud y claridad de la psique.
Es algo así como un procedimiento alquímico en el que la sustancia base de plomo se golpea y se aplana. Aunque el exilio no sea deseable por gusto, contiene una inesperada ventaja, pues sus beneficios son muy numerosos. Los golpes que se reciben eliminan la debilidad y los gimoteos, agudizan la visión, incrementan la intuición, otorgan el don de una perspicaz capacidad de observación y una perspectiva que los que están”dentro” jamás pueden alcanzar.
Aunque el exilio tenga aspectos negativos, la psique salvaje lo puede soportar, pues acrecienta nuestro anhelo de liberar nuestra verdadera naturaleza y nos induce a desear una cultura acorde con ella. El anhelo y el deseo hacen por sí solos que una persona siga adelante. Hace que una mujer siga buscando y, en caso de que no logre encontrar una cultura apropiada, hace que ella misma se la construya. Lo cual es muy bueno, pues, si la construye, un día aparecerán misteriosamente otras mujeres (personas) que llevaban mucho tiempo buscando y proclamarán con entusiasmo que era eso lo que tanto ansiaban encontrar.
Fuente: “Mujeres que corren con los lobos” capítulo 6. Clarissa Pínkola Estés.


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