Desde hace ocho años me mudé a vivir con una persona muy extraña. Y digo extraña porque las recientes semanas conocidos de esos primeros años de conocernos me han cuestionado de todas las maneras que podían la razón por la que seguimos juntos.
No lo sé. Para mí sigue siendo tan milagroso como el hecho de que en un planeta con tres volcanes y un niño que debía evitar que crecieran árboles gigantes floreciera una rosa.
En estos años, mi compañero ha sufrido fracturas en la pierna, varias cirugías, el rechazo de gente que alguna vez le dijo que serían "amigos para siempre", el encierro de un camión por 24 en un viaje, quedarse sin un centavo durante meses, sido amenazado de muerte y dejado TODO lo que conocía por irse a vivir en una pequeña comunidad.
Sin olvidar que ya ganó la apuesta de que no seguiríamos casados más de cinco años.
De los buenos momentos también hay muchos, y empezaron antes de firmar el pedazo de papel que la familia pedía para no causarnos problemas por mi mudanza. Un año y meses antes, cuando pude sentarme en el pasto de uno de los jardínes que más he disfrutado aquí en el norte de México y hablé durante horas acerca de lo que podía esperar de compartir su vida conmigo. Tuve la oportunidad de mostrarle que no exageraba cuando le decía que mi mundo puede ser muy rutinario por largas temporadas y de pronto cambiar bruscamente, le enseñé lo mejor y lo peor de mi historia y le expliqué lo que espero de mi vida.
Un verano tuvimos un viaje que los llevó a probar si en verdad nos interesaba tener un futuro y para el otoño ya estábamos seguros de ese acuerdo por el que el resto de lo que pueda escribir sobra. Aceptamos las condiciones de los parientes, hicieron lo que creían correcto y nuestros amigos nos regalaron momentos geniales.
Desprecio los cuentos de hadas con las princesas que terminan siempre cuando se casan, todavía me fastidia cuando debo ir a una boda porque no estoy de acuerdo con que ese sea el momento más feliz de una vida ni tantas cosas que se dicen. Si se viviera para ese día, el mundo sería mucho más agradable, nuestra especie se habría extinguido con los suicidios masivos del tercer día.
La danza que me llevó a casa de Mestus, mi casa. Comenzó mucho antes, y todavía no termina. Nuestra canción cada atardecer nos hace voltear al cielo y repetir el deseo porque sabemos que el acuerdo hecho es más fuerte que el papel o el miedo a la sociedad. Aunque al leerlo parece simple.
"Para siempre, es hoy".
Y hoy lo amo como no imaginé que podría.